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miércoles, 24 de febrero de 2010

Dueños de lo que callamos, esclavos de lo que decimos‏

*Dueños de lo que callamos, esclavos de lo que decimos‏

"¿Cual es exactamente su experiencia en política exterior?", preguntó Obama a la senadora Hillary Clinton hace tan sólo unos meses. "¿Acaso negoció tratados? ¿Lidió con alguna crisis? La respuesta es no". Días pasados, sin embargo, Barack Obama nombró a Hillary nada menos que Secretaria de Estado, el máximo cargo diplomático de Estados Unidos. La distancia entre una y otra consideración sobre la misma persona obedece a un cambio de posiciones: ambos dejaron de ser rivales en la interna del Partido Demócrata y se convirtieron en aliados estratégicos. Pero eso no significa que se Obama se salve de críticas de la oposición por su supuesta incoherencia.

Todos podemos cambiar de opinión (o mantenerla, pero tomar decisiones distintas respecto de nuestro diagnóstico original). Pero, cuando lo hacemos, casi siempre desearíamos poder borrar lo afirmado en su momento con vehemencia, contra viento y marea, y seguros de nuestra verdad, ¿no es así?

Insultos, declaraciones de amor, sentencias a favor o en contra de alguien... Había un célebre episodio en la exitosa serie The Nanny (La niñera, la serie de Fran Drescher emitida desde 1993 a 1999) que mostraba a Mr. Sheffield (el galán) retractándose luego de haber declarado su amor a Miss Fine (la extravagante protagonista). Las siguientes temporadas (ya no capítulos) se articularon en torno a ese repliegue, aludido desde entonces como "la cosa". Como dicen, "uno es esclavo de lo que dice y dueño de lo que calla": lejos de haber logrado borrar sus dichos, de conseguir que el episodio no sea tenido en cuenta, todo cambió para Max Sheffield a partir de él.

También ocurre con los correos electrónicos enviados involuntariamente. El traicionero "responder a todos" que nos tienta como botón posible cuando sólo debemos responder al remitente o la acción de enviar el mensaje a aquel en quien se está pensando -por ejemplo, a quien hemos criticado de arriba abajo en el contenido del correo-, pero que no es precisamente quien debe recibir el mensaje.


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La mayoría de los seres humanos son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo.

Otros casi son como estrellas, siguen su camino fijo, ningún viento los alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.

HERMAN HESSE

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