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sábado, 16 de octubre de 2010

Biografia - Gustavo Adolfo Becquer

Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer

 Retrato de Becquer, hecho por su hermano Valeriano

 Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla 17 de febrero de 1836-Madrid 22 de diciembre de 1870) fue un poeta español del Romanticismo tardío que escribió poesía y relatos, y actualmente se le reconoce por ser una de las figuras más importantes de la literatura española. Gustavo Adolfo Bécquer está considerado miembro del Romanticismo tardía y escribió su obra mientras el Realismo estaba triunfando en España. En vida fue moderadamente conocido, ya que la mayoría de sus trabajos se publicaron después de su muerte.
Sus obras más conocidas son Rimas y Leyendas, publicadas habitualmente en un solo volumen titulado Rimas y leyendas. Estos textos se han convertido en esenciales pare el estudio de la literatura española y son unos de los más recomendados como lecturas académicas.
La obra de Bécquer acerca la poesía y los temas literarios tradicionales a las nuevas formas de escritura, y por ello Bécquer está considerado el fundador de la lírica española moderna. La influencia de este poeta todavía puede rastrearse aún en autores del siglo XX.
Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla y adoptó el segundo apellido de su padre, Bécquer, porque su familia era conocida en Sevilla con ese nombre. Su padre, José Domínguez Béquer, descendía de una familia de origen flamenco muy respetada en Sevilla, y era un pintor de fama considerable en su ciudad natal. El talento de José influyó mucho en Bécquer, en quien despertó un temprano amor por la pintura y una habilitada innata para dibujar desde que era niño. Bécquer poseía muchos y variados talentos, y continuó pintando durante toda su vida.
Sin embargo, Bécquer se quedó huérfano muy pronto: perdió a su padre cuando tendía 5 años y a su madre cuando tenía once. El joven Gustavo comenzó sus estudios en la escuela San Antonio Abad y más tarde fue admitido en una insititucion naval, la escuela de San Telmo en 1846. Allí Bécquer conoció a Narciso Campillo, con quien cultivó una profunda amistad que duraría toda la vida. Fue con Campillo con quien Bécquer comenzó a destapar su vocación literaria y ambos jóvenes dedicaban parte de su tiempo juntos a escribir. Un año después la corona cerró este centro de enseñanza y Bécquer y sus hermanos fueron acogidos por su tío Don Juan de Vargas, quien cuidó de los niños como si fueran suyos. Poco tiempo después Bécquer se fue a vivir con su madrina, Manuela Monahay, cuya extensa biblioteca proveyó al joven poeta de eternas horas de entretenimiento que Manuela fomentaba gustosa. Durante este periodo, Campillo narra que Bécquer casi nunca abandonaba la casa de su madrina y que dedicaba todo el tiempo posible a devorar los innumerables volúmenes que poblaban las librerías de  la residencia. Asimismo, la madrina de Bécquer era una persona muy instruida que suscitó y apoyó el interés de Gustavo por el arte y la historia. De todos modos, ella deseaba que Bécquer tuviera una profesión, por lo que intervino para que le aceptaran en 1850 como pupilo del estudio de Don Antonio Cabral Bejarano, en la escuela de Santa Isabel de Hungría.
Bécquer trabajó en el estudio solo durante dos años y se trasladó al estudio de su tío Joaquin para continuar desarrollando sus habilidades junto con su hermano Valeriano, quien ya se encontraba allí. Juntos, Gustavo y Valeriano forjaron una gran amistad que les iba a influir durante el resto de sus vidas. No obstante, el estudio de la pintura no distrajo a Bécquer de su pasión por la poesía. Es más, su tío Joaquín pagó sus clases de latín, algo que acercó al poeta a su adorado Horacio, una de sus más tempranas influencias. Joaquín también se dio cuenta de la gran aptitud que mostraban sus sobrinos para la literatura y animó a su sobrino Gustavo Adolfo Bécquer a forjarse una carrera en el mundo de la escritura, incluso a escondidas de Doña Manuela, con quien Gustavo vivía por aquel entonces.
En 1854, cuando Bécquer tenía dieciocho años, se trasladó a Madrid para seguir adelante con su sueño de convertirse en un renombrado poeta. Junto con sus amigos Narciso Campillo y Julio Nombela, ambos también poetas, desde siempre había soñado con mudarse a Madrid y vivir de su poesía, aunque la realidad resultó ser diferente. Nombela fue el primero en abandonar la idea, regresando con su familia. Tras numerosas discusiones con Doña Manuela sobre el viaje, que ella no aprobaba, finalmente Bécquer se marchó a Madrid en octubre del mismo año, solo y sin dinero, sólo con los pocos ahorros que le había proporcionado su tío. El tercer amigo, Campillo, no abandonó Sevilla hasta tiempo después. La vida en Madrid no fue fácil para el poeta. Los sueños de fortuna que habían guiado los pasos de Bécquer fueron reemplazados por una realidad de pobreza y desilusión. A ambos amigos se les unió Luis García Luna, otro poeta sevillano que compartía con ellos su sueño. Los tres comenzaron a escribir e intentaron hacerse un nombre en las letras, pero no consiguieron ningún éxito. Bécquer era el único de los tres que no tenía un empleo ni unos ingresos fijos, por lo que tuvo que irse a vivir con una conocida de Luna llamada Doña Soledad.
Después de varias empresas fallidas, la necesidad acuciaba a Bécquer y se vio obligado a aceptar un trabajo como escritor en un pequeño periódico. Pero tampoco duró mucho en este puesto y muy pronto Bécquer volvía a estar sin trabajo. Fue en ese momento, en 1855, cuando su hermano Valeriano llegó a Madrid para instalarse y Gustavo Adolfo Bécquer se mudó con él. A partir de este momento, nunca más se separarían.
Después de varios intentos sin éxito de que publicaran su trabajo, Bécquer y Luna comenzaron a trabajar juntos en piezas teatrales cómicas, algo que debía proporcionarles un medio de existencia. Esta colaboración duró hasta 1860. El aquel año Bécquer estaba trabajando intensamente en su proyecto Historia de los templos de España, cuyo primer volumen salió a la luz en 1857. También fue en este periodo cuando Bécquer conoció al joven poeta cubano Rodríguez Correa, quien tendría un papel esencial más tarde en la reunión de toda la obra de Bécquer para su publicación póstuma. Entre 1857 y 1858, Gustavo Adolfo Bécquer enfermó y fue dejado al cuidado de su hermano y amigos. Muy poco tiempo después conoció a una joven llamada Julia Espín, de quien se enamoraría perdidamente y cuya imagen serviría de inspiración para muchos de sus poemas. Este amor, sin embargo, no fue correspondido.
Alrededor de 1860 Rodríguez Correa encontró un puesto estatal para Gustavo Adolfo Bécquer, del que sería expulsado poco tiempo después por pasar la jornada escribiendo y dibujando en lugar de trabajando.
En 1861 Bécquer conoció a Casta Esteban Navarro y se casaron ese mismo año, en mayo de 1861. Asimismo, se especula con que Bécquer mantuvo un romance junto antes de su boda con otra joven llamada Elisa Guillén, y parece ser que su matrimonio con Casta fue forzado de alguna manera por parte de los padres de la muchacha. Bécquer no estaba contento con su matrimonio y aprovechaba todas las oportunidades que se le presentaban para seguir a su hermano Valeriano en sus constantes viajes. Por su lado, Casta comenzó a frecuentar a un novio de antes del matrimonio
El poeta escribió muy poco sobre Casta, ya que la inspiración en esa época se la ofrecía Elisa Guillén y sus sentimientos hacia ella. Casta y Gustavo Adolfo Bécquer tuvieron tres hijos: Gregorio Gustavo Adolfo, Jorge y Emilio Eusebio (quien se dice que pudo ser fruto de la relación extramatrimonial de Casta).
En 1865 el poeta Gustavo Adolfo Bécquer dejó su trabajo en la revista El Contemporáneo y comenzó a escribir en El museo universal. Como era habitual en el poeta, este trabajo tampoco le duró demasiado y fue destinado a un cargo gubernamental, el de “fiscal” o censor de novelas, gracias a su amigo, el ministro González Bravo. Este fue un trabajo muy bien pagado que Bécquer mantuvo hasta 1868. Durante esta etapa el poeta se concentró en terminar su Libro de los gorriones. El poemario fue entregado a Bravo para ser publicado, según él mismo se había ofrecido, pero se perdió después de las revueltas revolucionarias de 1868. En este momento, Gustavo Adolfo Bécquer abandonó Madrid y se fue a París para regresar a España poco después. En 1869 Bécquer y su hermano regresaron a la capital española. Allí, Gustavo Adolfo comenzó a reescribir el libro que se había extraviado y a vivir una vida bohemia, como describieron sus amigos más adelante. Con el único propósito de traer pan a la mesa, Bécquer retomó su obra El museo universal y aceptó un puesto como director literario de una nueva revista sobre arte llamada La ilustración de Madrid. Valeriano también participó en este proyecto. Las publicaciones de Gustavo Adolfo Bécquer en esta revista consistieron en relatos cortos acompañados de ilustraciones de su hermano. Alrededor de estas fechas, ambos hermanos Bécquer publicaron un libro de ilustraciones satíricas y eróticas bajo pseudónimo, una obra que criticaba la vida de la monarquía en España y se tituló Los Borbones en pelotas.
En 1870 Valeriano sufrió una fatal caída y falleció el 23 de septiembre. Esto tuvo un terrible impacto en Gustavo, que arrastró una terrible depresión por la pérdida. Tras publicar algunos trabajos más en la revista el poeta también cayó enfermo y murió en la pobreza en Madrid el 22 de diciembre, casi tres meses después que su querido hermano. La causa de su muerte aún se debate: mientras que los síntomas descritos por sus amigos apuntan a una tuberculosis, un estudio posterior indica que quizá murió de complicaciones hepáticas. Se le atribuyen estas últimas palabras: “No olvidéis a mis niños”.
Tras su muerte, su amigo Rodríguez Correa con la colaboración de Campillo, Nombela y Augusto Ferrán reunió y organizó sus manuscritos para ser publicados, una forma de ayudar a la viuda e hijos del fallecido poeta. La primera edición fue publicada en 1871 y un segundo volumen vio la luz seis años después. Posteriores versiones revisadas salieron en ediciones de 1881, 1885 y 1898.
Su influencia aún marca la lírica contemporánea y supo dejar huella en muchos de los poetas más célebres de la literatura española como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, o los de la Generación del 27 como Federico García Lorca y Jorge Guillén.

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