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sábado, 19 de abril de 2008

POEMA: LA HORA QUE HIZO TEMBLAR AL MUNDO, MANUEL JOSE ARCE

LA HORA QUE HIZO TEMBLAR AL MUNDO

Cuando se dieron cuenta ya era tarde:

irremisiblemente se acercaba.

Al principio hubo varias opiniones.

No faltaron los radicales

que pretendían acabar con todo

aunque fuera tomando medidas extremadas.

Otros optaron por la indiferencia.

Los más se dividieron en comités profundos.

No obstante, se acercaba

sobre seguro paso irremediable.

Yo me puse a cantar entusiasmado.

Muchos salieron, sordos y terribles, a cerrar los caminos,

a envenenar los ríos,

a interrumpir los arcos de los puentes,

a inventarse murallas.

Los demás se quedaron cavando las trincheras,

armando barricadas,

decretando las leyes marciales más terribles.

Yo seguía cantando cada vez más alegre.

No hubo modo posible:

inútil todo:

nada le detuvo.

Cundió el pánico entonces,

cundió la indignación y el heroísmo:

algunos sucumbieron en la lucha

víctimas de cuestiones sumamente biliares

y de graves asuntos oficiosos.

Y cuando al fin llegó

la población entera dio de gritos:

la mayoría se arrancó los ojos con los codos.

Entre la confusión

muchos murieron tumultuariamente.

Los más desesperados llegaron al suicidio.

Por no hablar de los otros:

aquellos que en la tribulación atormentados

les cortaron los órganos genitales al hijo y a la hermana.

Fueron cosas tremendas.

Yo seguía cantando pleno de paz y júbilo.

Se acercó a mi guitarra.

Sonrió.

Hizo sonar las cuerdas dulcemente.

Metió una mano dentro de mi pecho

y acarició mi corazón alegre como a un perro.

Me dijo no cien veces con acento infantil.

Y se alejó con una gran sonrisa,

por sobre la catástrofe y los muertos,

por sobre los heridos y las ruinas,

por sobre la humazón y los escombros,

por sobre mi guitarra destrozada,

mi corazón colgando pecho afuera

y mi espérame espérame.

Se alejó irremediablemente en su sonrisa

hacia quién sabe dónde.

Lo peor de la tragedia

es que toda esta historia son mentiras.

MANUEL JOSÉ ARCE

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La mayoría de los seres humanos son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo.

Otros casi son como estrellas, siguen su camino fijo, ningún viento los alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.

HERMAN HESSE

¿y tú, mi estimado lector, de cuales eres?